Antes de *Miller, *A. I. Oparin, un químico Ruso, trato de producir células vivas a partir de COACERVADOS, que son como las gotitas de grasa que flotan en la sopa. Con sumo cuidado, mantuvo todo el oxígeno lejos de la sopa y del plato, esperando que eventualmente, al darle “suficiente tiempo,” los coacervados se juntaran y, de alguna manera, ¡lograran que la vida entrara en ellas!
Además, como la película exterior que mantenía los coacervados aislados, frecuentemente se rompía, nunca se vio que la vida entrara en ellas. *Oparin se quedó desilusionado, y ningún químico respetable de la actualidad, consideraría de algún valor, la teoría de Oparin.
LOS EXPERIMENTOS DE FOX.
Después del experimento de *Miller, *Sydney Fox, en 1960, hizo el suyo un tanto diferente, ya que lo inició con aminoácidos exclusivamente levógiros y ya formados, que dice haber tomado de un animal. Así, él asegura que su método es tal y cómo se llevó a cabo la síntesis inicial de aminácidos, en el ambiente primitivo. Esto deberían haber sido buenas noticias para el mundo evolucionista; pero, cuando nos enteremos de su complicado procedimiento, entenderemos por qué es que son pocos los científicos que tienen alguna fe en la posibilidad que el procedimiento de Fox, pudiera haber sucedido por azar, en el océano, cerca de un volcán, o en un lodoso charco.
Así es como de acuerdo con Fox, se dice que la naturaleza, armada con tiempo y el azar, supuestamente produjo ese primer amino ácido muerto: “La panpolimerización típica: Diez gramos de ácido glutámico L (un amino ácido levógiro), fueron calentados entre 175º y 180º C. (de 347o hasta 356º F), hasta derretirlos (después de unos 30 minutos), convirtiéndolos en lactum. Tiempo seguido, se le agregaron 10 g. (352 ay. oz.), de ácido aspártico DL, y 5 g. (176 ay. oz.) de una mezcla con los dieciséis amino ácidos básicos y neutrales (BN). La solución se mantuvo entonces a 170º (más o menos 2ºC), y bajo una atmósfera rica en nitrógeno por periodos variables de tiempo. En pocas horas, se había formado una considerable cantidad de gas, y el color del líquido se tornó ámbar. La mezcla vítrea fue agitada vigorosamente con 75 ml (4.575 pulg. Cu.) de agua, obteniéndose un precipitado granular amarillo-café. Después de dejarlo reposar una noche, el precipitado fue separado por filtración, usando para lavarlo, 50 ml (3.05 pulg. cu.) de etanol y una sustancia S, y agua para dializarlo en un multi-dializador en movimiento continuo, por cuatro días, siendo el agua cambiada, tres veces al día. (El término lavado por diálisis, se refiere al tratamiento por diálisis de una suspensión). En algunas de las preparaciones, los sólidos fueron primero completamente disueltos en una solución de bicarbonato de sodio, y luego dializados. Las bolsas usadas para la diálisis, eran de celulosa 27/32 pulg., y con capacidad de 50 ml. (3.05 pulg. cu.). El material no difundible, se tornó ninhidrina-negativo antes del cuarto día. El contenido no acuoso de las bolsas de diálisis, era principalmente el llamado sólido A, y una fracción soluble B, capaz de ser recuperada en forma sólida por concentración en un desecador al vacío. El licor madre de la sustancia S, también fue dializada por 4 días, para luego secarla y para colectarla como un sólido C adicional.” (*S. W. Fox and *K. Harada, Journal of the American Chemical Society, 82; 1960, p. 3745).
Alabamos a Sydney Fox y sus asociados por su extraordinaria inteligencia y su excelente equipo de laboratorio, y los días de agotador trabajo, así como a los científicos de la universidad, que los capacitaron para llevar a cabo tales experimentos. Pero no podemos alabar de igual manera a la arena, la grava, y el agua de mar, que supuestamente hicieron lo mismo por sí solos.
Nótese que Fox empezó usando sólo aminoácidos levógiros (y no dextrógiros), y que se aseguró que no hubiera ni oxígeno, ni azúcar, etc., presentes, pues ello echaría a perder el experimento. Luego pasó por un tedioso trabajo que requirió de un alto grado de inteligencia, planeación, y múltiples y cuidadosos ajustes en el pH, la temperatura, el tiempo de cocción, etc., hecho con la colaboración de un equipo de asistentes.
Fox parece modesto acerca de sus habilidades, pues asegura que eventos al azar, en el ancho mar, o en las laderas de un volcán, pudieron haber reproducido su experimento con igual facilidad. Pero el sólo hecho de que el inició con puros aminoácidos levógiros, lo hace imposible, ya que estos no se encuentran fuera de los seres vivos; así, él no inició su experimento con simples rocas, lodo y agua.
Además, Fox calentó los aminoácidos por 10 horas a temperaturas de 150º a 180º C (302º a 356º) por varias horas. ¡Vaya manera muy caliente de fabricar aminoácidos!
¿Dónde se encontrarían tales condiciones en la naturaleza? *Stanley Miller, quien fue el primero en sintetizar aminoácidos en un laboratorio, dijo más tarde que aún su propio experimento no podría haber sucedido por casualidad, o fuera de un laboratorio moderno. Algo con lo que concuerdan otros científicos.
“Tales experimentos no son más que ejercicios de química orgánica.” (*P. Mora, “The Folly Of Probability,” in Origins of Prebiological Systems and their Molecular Matrices, Ed. *S. W. Fox; 1965, p. 41)
Se necesitaron tres ingredientes clave: (1) los químicos correctos y en cantidades exactas, (2) una fuente de energía constante y bien controlada (tal como una chispa continua), y (3) aparatos de secado rápido, pues tan pronto como se forman los aminoácidos, se deben de secar inmediatamente. (En cambio, el tejido vivo nunca contiene aminoácidos secos). Fox enfatiza que la reacción debe ser “caliente y seca” (op. cit., p. 378).
“Para que una reacción se lleve a cabo de acuerdo con la ley de las masas, tiene que haber un continuo abastecimiento de energía, y de materia específica (moléculas), así como un proceso continuo de eliminación de los productos de la reacción.” (op. cit., p. 43).
Pero hay un cuarto ingrediente clave: Ya sea que se llevara a cabo en la naturaleza, o por los investigadores de un laboratorio de alta tecnología, estas sustancias vitales son siempre el resultado de una cuidadosa planeación, hecha con propósitos específicos, y llevados a cabo por una inteligencia de alto nivel. Nadie tira los químicos en una cazuela en el laboratorio, y se va esperando que espontáneamente, se formen aminoácidos por sí solos.
Un organismo viviente no es solamente una “sopa oceánica seca.” Es una estructura altamente integrada, compleja y útil. Tiene vida, lo que ningún humano puede producir. Además, tal ser viviente, tuvo que tener todas sus partes el día uno de su existencia, así como una pareja, y la capacidad de reproducirse.
Pero ni siquiera Darwin pudo resolver esto. La verdad es que “Darwin nunca en realidad discutió el origen de las especies en su [libro] “On the Origin of Species.” (*David Kitts, “Paleontology and Evolutionary Theory,” Evolution, Vol. 28, September 1974, p. 466).
ALUCARD
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